
Por Paco Huamán/. El filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre fue un faro de moral para Francia de su tiempo. Intentó tomar partido por causas moralmente superiores como: la guerra de Vietnam, la ocupación nazi de su patria durante la II Guerra Mundial, la guerra en Argelia, la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, la revolución cubana, etc. Sin embargo, es recordado por sus elucubraciones filosóficas que sentaron las bases del existencialismo.
Precisamente, su obra escrita como su vida reflejan esa honda preocupación por el hacer responsable de sus actos a cada individuo de la sociedad. ‘El ser humano está condenado a ser libre’, concluyó en su conferencia ‘El existencialismo es un humanismo’, que más tarde –y aún hoy circula– en forma de libro. Su novela ‘La náusea’ tiene el mismo tenor; pues el existir es pesado y tortuoso.
Sartre encontró en la literatura un atajo para llevar sus reflexiones a las grandes masas; ya que, creía firmemente que ellas serían las protagonistas de la historia. En su obra teatral ‘La mujerzuela respetuosa’ la protagonista es obligada a enfrentar un dilema que como una suerte de cachetada le torturará, quizá para siempre. Y en ‘A puerta cerrada’ tres personajes descubren horrorizados que el infierno está en los otros, en el gregarismo propio de nuestra especie que nos hace sucumbir.
Leer a Sartre siempre será una deuda que tenemos con nosotros mismo y muchas veces no lo sabemos. Conocer de su vida es aprender a vivir. Aceptar sus errores es perdonarnos a nosotros mismos. Pocas veces un filósofo tuvo tanta talla moral. Y aunque sus detractores han usado su apoyo a la Unión Soviética como un ariete para derribar su legado, bastaría con recordar que para Sartre solo quienes defendían y luchaban por construir el país de los soviets son los únicos que podían criticarlo, pues eran los únicos responsables de su destino.