2 marzo, 2022 »

CALVO: PEDESTAL PARA UN POETA COMUNISTA

Por Paco Huamán /. La poesía de la generación del 60, que nació rutilante bajo la égida de sus predecesores del 50, sufrió un golpe mortal que la marcó: la muerte de Javier Heraud. Su cobarde asesinato a manos de la Guardia Republicana en Puerto Maldonado conmocionó a su generación que en deuda llegaron a escribirle desde la región de todos los lutos.

De toda esa generación, nadie como César Calvo pudo sentir más próxima la pérdida de Javier. No solo fueron amigos, sino además compartieron el premio Poeta Joven del Perú e, incluso, llegaron escribir juntos el poemario ‘Ensayo a dos voces’, que demostró lo semejantes que eran a las injusticias de su tiempo.

‘Pedestal para nadie’ es, para muchos críticos, el trabajo más logrado de Calvo. Este reúne bajo un título único sus primeros poemarios, desde 1960 a 1971. En él hay una puesta en escena metódica y confusa, que van: desde las ideas revolucionarias insufladas por la Cuba auroral de Fidel hasta el cancionero popular donde convergen todas las voces populares. Es intimista, experimental y, por momentos, clásico como cuando recurre al insoslayable soneto.

Es notoria la influencia de tres poetas para su composición. El primero César Vallejo -¿existe acaso poeta peruano que haya podido sustraerse a su lírica?- a quien se siente en algunos de sus versos. El segundo es Javier Heraud, con quien hermanó su poesía, es tema recurrente en sus poemas y se siente la deuda con su férreo compromiso militante. Y el último fue Juan Gonzalo Rose quien, por su condición de poeta sanmarquino y poeta mayor, será una suerte de Virgilio que le ayudará a cruzar el purgatorio de una década caótica.

Considero que Calvo es necesario para entender los vericuetos en los que, muchas décadas después, ha llegado entramparse la poesía peruana que tropieza con la cola de un individualismo catártico que la desarma. Sin él y sin Heraud no podría entenderse el ruido y la furia del Movimiendo Hora Zero en los 70, el surgimiento de la poesía callejera del movimiento Kloaca en los 80 y la diáspora posterior de los 90 de la cual aún estamos presos.

Para mayor fe, leamos a Calvo hablando del tiempo en que compuso su mejor poesía: «Era la época de Odría, contra la dictablanda de Prado, hora de reuniones clandestinas en la Juventud Comunista… Era la hora de la fraternidad absoluta, devoradora de tardes y caminatas insaciables. La hora de la generocidad absoluta y compartida. Aceptábamos el poetizar únicamente como resultado de un asombro común, colectivo en su origen -en sus garfios oscuros- y colectivo en su finalidad, en su búsqueda, en su abordaje y revelaciones».

 

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