MUJER, fonema musical que encierra, como en mágico lazo, la semilla primigenia de la existencia; chispa auroral que rasgó la negrura del velo de la inexistencia para desparramar en el orbe el resplandor de luz, pletórico de vida.
MUJER, complemento indispensable; adicional perfecto de la circunferencia existencial; fuente de donde mana la vida; camino a recorrer que —tachonado de abismos y flores, de llanuras y de pedregales, de tiempos de gloria y de ratos de negra suerte—nos lleva a la cima del éxito, pero, al final, termina en la paz inefable de la muerte.
MUJER, blanca paloma que extiendes tus alas, incitada por el amor; león furioso que desenvaina sus garras para defender a los suyos; expresión suprema de la vanidad y el orgullo.
MUJER, tu inexistencia habría privado al mundo de la María de Cristo, de Cleopatra, de la reina de Sabá, de Josefina, de Juana de Arco, de la madre Teresa de Calcuta, de Indira Ghandi, de Gabriela Mistral, de Isabelita Perón y, sobre todo, de la dulce madre mía, que —a pesar de su partida— todavía juega conmigo a la ronda en el interior de mi corazón.
MUJER, tu vientre —cual criba generacional— ha desparramado por el mundo mentes y espíritus de altura y valor. A ti se debe que hayamos tenido a Cristo, a César, a Martin Luther King, a Nelson Mandela, a Leonardo Da Vinci, a Bethoven, a Vallejo, quienes elevaron la frecuencia del mundo hasta su más alta vibración. Pero también de tu vientre salieron Nerón, Calígula, Rasputín, Adolfo Hittler y el Judas traidor, que mancharon este mundo con sangre y con dolor.
MUJER, amiga, compañera, esposa y amante; manos gráciles y coquetas que se mueven incitantes para regalar caricias; manos blancas, morenas, finas o gruesas que se juntan recatadas en señal de elevación de una oración a Dios.
MUJER, tengo que confesarte que, en cierta ocasión, en nuestras bohemias juveniles, entre volutas de humo y vasos de licor —queriendo banalizar la filosofía— intentábamos definir a la mujer, hasta que un buen amigo mío, estudiante de matemáticas —al que recuerdo como si fuera hoy— dijo en tono enérgico y convencido, como todos los de esa profesión: “La mujer es como la matemática: difícil, compleja, complicada, aburrida, pero absolutamente necesaria”. ¡Vaya que tenía razón este buen amigo en esa ocasión!
MUJER, por todo eso: por lo que eres y no eres; por lo que representas; por lo que escondes; porque eres principio del fin y fin del principio; porque eres rosa y eres espina; porque significas renacer y también muerte. Por todo eso a veces te odio, otras veces te amo pero siempre te necesito, aunque tenga que darte mi vida para perecer.
Por: Roberto Celis Santa
Escritor y poeta bambamarquino.