Hay un ser sobre la tierra con esencia profana y divina, que es lucha, tesón, beligerancia; pero al mismo tiempo, se derrite de ternura y silenciosamente llora ante la mirada tierna de los que ama: El Padre.
Un ser sobrenatural, hacedor de mundos, conquistador de espacios insondables, de tiempos y de mundos infinitos, un ser que se aventura por el misterio del cosmos queriendo arrancar sus más recónditos secretos, un ser de teorías, innovaciones, un ser que no se arredra ante problemas económicos, ante conflictos sociales, que enfrenta enhiesto crisis y controversias nacionales y mundiales; que oscurecen el cielo y enlodan el camino de los seres que son parte de sus cromosomas divididos y de su alma compartida.
Un ser que es capaz de estructurar un “mapa genético”, desarrollar la física cuántica, conducir una máquina de guerra que mata o un bisturí láser que salva.
Un ser que construye ladrillo tras ladrillo la grandeza del mundo, que lampazo tras lampazo siembra vidas matando hambres; un maestro que enseña, orienta, un escultor de cuerpo, personalidades y alma.
Un ser simbiosis de lo humano y divino, realidad concreta y realidad ontológica, un ser que puede morir de hambre o de frío con la única razón que sus seres querido se sacien y se llenen de su amor y se apretujen felices al calor de su corazón.
Un ser que es el “SIEMPRE” o el “NUNCA”, porque siempre estará junto a nosotros en la dificultad o la alegría, y porque nunca, aunque ya no esté presente, nos abandonará a nuestra suerte, es el siempre y el nunca que caminará con nosotros cogido de nuestra mano por las calles polvorientas y duras de la vida.
Un ser en fin que es “roca” en las dificultades y “arena” en el amor, porque cuando el peligro, la asechanza, la necesidad material o espiritual asecha a los suyos, saca a relucir su constitución de piedra, de dureza monolítica enfrentando lo imposible e imperturbable, es roca en la cual mueren todas las olas del infortunio y los vientos de la desgracia; y arena porque ante el candor y la fragilidad de sus hijos y de su familia se esparce generoso cubriéndolos de calor y de amor; un ser pétreo de los infortunios y deleznable para derramarse en cariño, comprensión y amparo.
Para ti Padre mío que ya no estás conmigo materialmente, van estas palabras, luego para los demás padres del mundo, porque ser padre es un imperativo y un arte: “Un difícil pero bello arte”.
Roberto Celis Santa Cruz