18 diciembre, 2021 »

YAWAR FIESTA: EL TELÚRICO Y MAGNÉTICO ARGUEDAS

Por Paco Huamán/. José María Arguedas es, de muy lejos, el novelista más amado y admirado en el Perú. Pocos podrían mirar con indiferencia su obra narrativa que trastoca lo más profundo y fecundo del mundo andino. El cariño que se le profesa solo tiene parangón con un Mariátegui en las ciencias sociales o con un Vallejo en la poesía. Los tres vienen a ser una triada imprescindible para la biblioteca de cualquier lector mediano.

Yawar Fiesta, su primera novela, es hasta la fecha en punto de inicio de la narrativa arguediana que redimió al indígena (a partir de Velazco se lo llamará campesino) ante Perú. Antes de ella, el indigenismo era una denuncia social contra los gamonales que se abordaba de forma paternalista y se lo presentaba al hombre del ande como inculto y melancólico. Sin embargo, Arguedas –indígena por crianza– lo dignifica y muestra su valía como escritor al renovar la prosa nacional y al retratar al Perú profundo como nadie.

La novela recoge parte de sus vivencias en la comunidad Puquio, donde el autor de ‘Todas las sangres’ pasó gran parte de su infancia. Narra la fiesta del turupukllay y, con cierto simbolismo, describe la fuerza de los comuneros y su poderío rebelde que impone sus tradiciones, su panteísmo y sobrelleva su cosmovisión con éxito frente al sincretismo impuesto desde la iglesia católica. Todos son derrotados en el libro: los mistis o grandes señores, los mestizos, la religión y hasta la naturaleza misma ante la pujanza de la voluntad del indio.

La novela fue escrita para participar del concurso que convocaba por la Editorial Farrar & Rinehart de Estados Unidos. Para ello, se tenía que seleccionar una novela que representa a cada país. La novela de Arguedas no fue electa a pesar de que el jurado tenía entre sus filas al gran indigenista Luis Eduardo Valcárcel. La que fue electa para representar al Perú ya nadie la lee o la recuerda. Lo curioso, es que el ganador del concurso de Ciro Alegría con su novela ‘El mundo es ancho y ajeno’ quien representó a Chile mientras estaba en el exilio.

¿Pero qué se puede decir de Arguedas? Ya todo está dicho. A mi modo personal, él representa un momento cumbre, único e irrepetible, en la narrativa peruana. Su prosa nos enseñó la otra laya, el otro mundo injustamente olvidado y postergado en la literatura. Sus novelas son grandes alegados que mueven las entrañas más íntimas de nuestro ser. Desde sus cuentos reunidos en ‘Agua’ hasta en su obra póstuma ‘El zorro de arriba y el zorro de abajo’ se desborda el mundo andino milenario y actual, emotivo y práctico, o para decirlo con más justicia: excepcional.

Quizá el sentir más exacto de su portentosa obra lo dé el poema ‘Telúrica y magnética’ de César Vallejo en algunos de sus versos: “¡Familia de los líquenes, / especies en formación basáltica que yo / respeto / desde este modestísimo papel! / ¡Cuatro operaciones, os sustraigo / para salvar al roble y hundirlo en buena ley! / ¡Cuestas in infraganti! / ¡Auquénidos llorosos, almas mías! / ¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo, / y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!”.

Sí, justamente eso. Arguedas es telúrico y magnético. Y por eso mismo se contrapone al otro escritor que hoy, como una supernova, con su peso y luz eclipsa y hace girar en torno suyo a la narrativa del Perú contemporáneo. Nos referimos a Vargas Llosa, quien confiesa en su libro ‘El pez en el agua’ que odia la palabra telúrica. “Odio la palabra telúrica, blandida como máxima de la virtud literaria y obligación de todo escritor peruano. (…) La palabra telúrica llegó a ser para mí el emblema del provincialismo y el subdesarrollo en el campo de la literatura”, manifiesta el Premio Nóbel 2010. Allá él y sus remilgos.

Lo cierto es que todos amamos a Arguedas, pero nadie quiere ya recorrer el camino que trazó con sus novelas. Todo escritor actual quiere el reconocimiento y los premios de Vargas Llosa. Y es que no es culpa de ellos, es culpa de un Perú que, aún en pleno siglo XXI, es fecundo en discriminaciones y olvidos, en un Perú que a pesar del peso de sus 200 años de historia todavía duda al verse reflejado en el espejo de ‘Todas las sangres’.

 

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